viernes, 6 de febrero de 2015

El voto por mayoría simple es fundamentalmente anti-democrático

Pocas veces uno se cuestiona como se hacen ciertas cosas. Hay en la vida de todos una especie principios básicos que definen absolutamente todo lo que hacemos pero cuyo origen desconocemos y poco pensamos al respecto. Una de esas cosas es la democracia, y específicamente ¿cómo se supone que se resuelven los conflictos en una democracia?

Desde que yo era chiquito en la escuela, recuerdo como se nos martillaba en la cabeza que la democracia, esta cosa hermosa y extraordinaria, era la panacea de toda organización social. Que la democracia se suponía perfecta y que su manifestación más pura era el voto. “Una democracia no se puede equivocar” derivaba entonces la mente infantil que ciegamente acepta todo lo que le dicen los adultos. “Toda decisión tomada por la mayoría de votos debe entonces ser también perfecta” pensaba uno, inocentemente.

Desafortunadamente, la realidad tiene formas rudas de demostrarse a quienes la asumen con demasiada credulidad. La humanidad no es exactamente infalible y por lo tanto ningún sistema creado por nosotros puede serlo. Se supone que es allí donde radica la necesidad del sistema en primer lugar. Para poder resolver los conflictos que surgen entre los distintos grupos es necesario discutir y debatir las alternativas para poder decidir, no solo la mejor, sino aquella con la cual todos los miembros de la sociedad están dispuestos a convivir. Y por allí a algún Griego de estos se le ocurrió lanzar piezas de cerámica rota de colores en unas vasijas para determinar quienes mandan y que cosas se hacen. El método es conocido por casi todos los infantes de Venezuela por encima de los 4 años a quienes se les pide que “alcen la manito quienes quieran naranja en lugar de chocolate”. Hay opciones y cada quien vota por la suya, la opción que tenga más votos es la ganadora.


Ya va, como?

Ustedes verán, este sistema nació cuando en Grecia habían solo dos tipos de cerámica. Una clarita, rojiza y otra oscura casi negra. Este sistema era perfecto en este ámbito porque en general los griegos solo ponían a prueba dos posibles opciones, solo había dos posibles votos y cada quien tenía derecho a lanzar una sola piecita de cerámica en la vasija. Fácil, pero rápidamente se encontraron con el límite obvio ¿Qué pasa si tengo que elegir más de uno o entre más de dos opciones? Esto se solventó de la misma forma que se solventó en las democracias modernas. Se extrapoló lo que ahora se denomina voto por mayoría simple. Se ignora la cantidad de opciones o de elecciones a tomar. Se vota, un voto por persona, y se extraen los ganadores en base a cuantos votos tienen, de mayor a menor.


Afortunadamente después se les ocurrió sofisticar un poco su sistema.

¿Qué hay de malo? se podría preguntar uno inocentemente. Pues, si no es obvio ya, que la expresión de cada persona queda reducida a un simple punto. La opinión y la participación del ciudadano se ve anulada a un solo acto inocuo que se diluye en la masa. La opinión humana, nuestra capacidad para el análisis y crítica profundo es caricaturizado en una marca de bolígrafo en un papel o apretando el botón de una maquinita. Una simple acción como esta no puede resumir efectivamente la totalidad de la voluntad política de un ciudadano. ¿A cuantos no nos ha pasado que queriendo votar por un candidato con el cual estamos de acuerdo terminamos votando por otro (el menos malo), con el que compartimos menos coincidencias, porque el nuestro “no lleva chance”? Esto se llama voto estratégico, y como se ve es una forma de coerción. Se anula la opinión del individuo por la opresión de la mayoría. Uno mismo se decide esclavo de lo que los demás van a hacer. Luego se observa que para elegir más de un cargo, como por ejemplo a un congreso, se tiene que recurrir a mecanismos complejos y difíciles de explicar. Votos lista, circuitos electorales, gerrymandering y bipartidismo se hacen presentes casi inmediatamente en toda democracia parlamentaria. La partidización ha sido defendida y criticada por igual hasta el cansancio, siempre ignorando que este se trata de un síntoma natural del *voto por mayoría simple* no de una necesidad de la democracia.

La libertad de reunirse y organizarse como uno lo desee y con quién uno desee es básica para una sociedad que intente convivir libre y pacíficamente. Pero en absolutamente todas las sociedades democráticas esto parece degenerar en bipartidismo. De repente la dicotomía se vuelve regla en un sistema político que supuestamente defiende la pluralidad. El ciudadano de a pie se ve obligado a la maniquea decisión de usar una camisa de un color o de otro, como si esa camisa pudiera expresar todas las sutilezas de su opinión. Esto se debe a que la necesidad del voto estratégico y la manipulación de los procesos de listas y elecciones partidistas derivan siempre en solo dos alternativas viables que subsecuentemente parecen turnarse en el poder.

Entonces uno se pone a pensar que se supone que debe ser la democracia y al compararlo con la realidad se da cuenta que parece que lo que tenemos no es una democracia. Cuando se defiende pluralidad, participación ciudadana y alternabilidad política no se evoca el bipartidismo, el anonimato de los candidatos, o la apatía y manipulación de los votantes que uno se consigue en la realidad.

Cabe entonces plantear que al parecer, siendo el voto simple la fuente lógica de estos vicios, que pensar en formas alternativas de votación es necesario para rescatar la democracia.

El proceso exacto mediante el cual voto por mayoría simple causa bipartidismo y manipulación lo describiré en un próximo post junto con algunas alternativas viables para las elecciones en el caso específico de Venezuela.

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