viernes, 2 de septiembre de 2016

Sobre el primero de Septiembre


Esto iba a ser una respuesta a un comentario en Facebook donde alguien publicó un artículo titulado «No, la gran toma de Caracas no fue un éxito.»


Pero se me fue de las manos.


Esta persona (el autor del artículo) necesita una revisión más cercana de la historia reciente de Ucrania, Turquía, Egipto y todo el medio oriente. La primavera árabe fue un desastre geopolítico en términos de los avances de las libertades individuales y los derechos ciudadanos. Ucrania sigue al filo de un precipicio malabareando a Putin por un lado y a los insurgentes internos por el otro. Muy bonito todo el asunto de la revolución pero entonces, así como en el año 1992 de Caracas, los militares, políticos radicales y los fundamentalistas convirtieron, irresponsablemente, un sentir social mayoritario en estrategia partidista para poner elites igual de represivas en el poder. O como expresa Huxley «los medios prefiguran los fines», no se pueden construir sociedades pacíficas con fusiles y coacción. Las estrategias utilizadas allí estaban en el contexto de países sin tradición democrática. Además con una perspectiva ideológica en la que la seguridad corporal y material son secundarias al logro de la causa. Cosas que no son ciertas de Venezuela. Venezuela tiene por memoria histórica que es posible vivir y transcurrir el día a día sin un golpe de estado cada cinco minutos. Creo que a estas alturas es nuestra utopía nacional. Y nuestros valores occidentales ubican la preservación de la vida y el evitar el sufrimiento como los pilares de la vida justa (que no útil, tamaña diferencia psicosocial), supeditando otros fines. Estamos acostumbrados y valoramos una vida, mayormente, sin sufrimiento. Sólo por estos elementos puedo decir que las cosas allí propuestas desconocen la realidad y se ubican más en una ilusión rebelde, como los niños y adolescentes que sueñan con huir de casa, destruir el status-quo, ir contrasistema. Están contentos con amenazar y hasta empacan el bolso, pero que al ser confrontados no pasan de la entrada de la casa.


Es entendible la inconformidad, la rabia, la reacción emocional acumulada como resultado de tanto tiempo ejerciendo la lucha política (que no partidista en la mayoría de las personas que conozco). Pero desafortunadamente en el proceso público del manejo del poder no gana el que tenga la razón, sino el que cometa menos errores. En este momento dejarse llevar por pasiones desbordadas y llamar a acciones no estratégicas es un bamboleo que como ciudadanos adversos al gobierno actual no podemos costear. Sería ceder terreno a una posible suspensión de garantías, anulación del proceso revocatorio, o cualquier otro montón de consecuencias políticas a largo plazo. ¿Alguno recuerda los desaciertos del 2014 que casi costaron las elecciones parlamentarias? El cuestionamiento es ¿vamos a dejarnos llevar por las pulsiones onanistas de la satisfacción inmediata?, ese miedo irracional al «no estamos haciendo nada», o «no se logró nada». Ó ¿vamos a pensar seriamente (con la cabeza de arriba y no con la de abajo) en la clase de país que queremos construir y a actuar estratégicamente para conseguirlo?


A aquellos que sienten que no «se hace nada», que «no se logra nada». Los invito a que se pongan en contacto con las organizaciones que están tomando la responsabilidad de llevar iniciativas como la del revocatorio adelante. Hagan de voluntarios un día, enlistense para repartir agua a los firmantes los días de la recolección del 20% (que por cierto, ya tienen fechas, 24 al 30 de octubre), para contar planillas, embalar cajas, pintar pancartas, organicen ustedes vigilias con sus vecinos, acérquense a los consejos comunales locales y hagan aliados entre aquellos que están descontentos como ustedes y vendan sus fantásticas ideas sobre cómo debería ser el país. Seguro esa mala vibra del no pasa nada se les va quitando al tomar acciones concretas hacia su ideal.


Hay una diferencia entre criticar, que es necesario y útil, y quejarse, que es un acto egoísta y vacío. Hagan su descontento y su opinión entendidos, pero en el contexto de la crítica constructiva—aportar hacia una causa común en lugar de obstaculizar las acciones concretas que se están llevando a cabo—y no de la quejadera de señora de plaza o carajito tuitero (ala Esteban Gerbasi o Roderick Navarro). Los inmediatismos consumistas y egoístas ya le han costado muchísimo a Venezuela, política y socialmente. Es hora de buscar para adentro, ¿te da asquito hablar con el vecino porque está en el concejo comunal? ¿no soportas a la del supermercado porque según tú es una cajera tierrúa? ¿No haces cola porque ahí hay puro chaburro bachaquero? Bueno, allí está un buen punto para comenzar a resolver problemas reales, porque es con esa gente con la que se construye país, te guste o no te guste. Conversando, tolerando, luego aceptando, por lo menos conviviendo. Persuadiendo, razonando, hasta chalequeando, apelando a la emoción y a la razón, a la familia y a la camaradería. Esa es la gente que te va a ir a votar por tu opción política. Es la gente que te va a acompañar a protestar las injusticias, a cambiar legislaciones, a destituir funcionarios corruptos, a ‘destaparle la olla’ a la presidenta del consejo comunal, a reclamar la alcabala para la entrada de tu urbanización, los que te van a comprar esos productos de la pequeña empresa que piensas montar, a destituir al déspota del condominio, y miles de etc. Si no puedes imaginar eso pero si imaginas una gesta libertaria (revolucionaria?) para cambiar al presidente de la república entonces falta perspectiva. ¿Desde donde quieres hacer país?