lunes, 26 de julio de 2010

TARATA

Hoy me siento a escribir colmado de infinidad de temas en la cabeza. Varios estudios psicológicos han demostrado que las ratas en hacinamiento tienden a conductas cada vez más irracionales y violentas las unas con las otras. Al igual que ratas los seres humanos reaccionamos de la misma manera. La sensación de carestía y una ansiedad colectiva acumulada lleva a los individuos a una distorsión del instinto de supervivencia. La violencia se hace la norma y atacar a otros es más un acto de miedo y frustración que de odio o resentimiento. El odio no es más que una emoción, hacer el mal es un acto conductual que puede ser consciente o no. Pero la maldad, el deseo consciente de hacer mal a otros, es en sí una tara.

Las sociedades modernas como resultado que son del azar y de unas fuerzas dinámicas e incomprendidas han sido llevadas a la construcción de la ciudad. No hay nada más antinatural que una ciudad. En Caracas habitamos millones de personas recluidas en un espacio inadecuado e insuficiente. Para empeorar la condición citadina, los pensamientos autoproclamados post-modernos se han atrevido a declararle como el pináculo de la civilización y del logro social. Donde otros ven logro y genialidad yo veo un reten. Donde otros ven las maravillas de la ingeniería yo veo jaulas apiladas una sobre otra, una tras otra. No hay nada más antinatural que una ciudad.

No existe hoy en día ninguna ciudad que carezca de conflictos o problemas. Aquellas ciudades que se jactan de perfección ingenieril con ricas culturas de antigua data generalmente lo son a un elevado costo en dignidad. No facturado a sus habitantes, sino facturado a poblaciones pobres, humilladas o dependientes a muchos kilómetros de la gran ciudad donde todos viven bien, comen bien y mueren bien. Los que pagan por ese bienestar suelen estar muy lejos o demasiado cerca. Algunos pesimistas dirán que así es con todo el mundo. El humano es perfectible y por tanto la creación humana lo es. NO, no tenemos el mejor de los mundos posibles. Tampoco tenemos el peor. Tenemos el mundo que tenemos. Somos responsables de donde estamos y a donde vamos.

La naturaleza es perfecta. Solo cuando el hombre inmiscuye su razón mal guiada o mal (o bien, da igual) intencionada la naturaleza reacciona con desastres, pestes y plagas. La fiebre bubónica o peste negra que se achaco a las ratas y sus pulgas que viajaban en barcos mercantes. Nadie se ha preguntado que hacían esas ratas allí. Desde entonces los humanos reaccionamos matando a cada rata que vemos. No hay nada más antinatural que una ciudad.
Los símiles más cercanos en la naturaleza son las colmenas de abejas y nidos de hormigas. Aun así las abejas y hormigas pasan tres cuartas partes de su vida fuera de la colmena. Lejos de otras abejas, en sus propios asuntos, procurando para sí y para sus pares. La colmena es un espacio de refugio e intercambio pero la vida sucede afuera. Si se deja un montón de abejas en una caja demasiado pequeña como para albergarlas, por demasiado tiempo, estas empiezan a matarse entre ellas. No hay nada más antinatural que una ciudad. Como consecuencia de nuestro empeño en vivir incómodamente uno al lado del otro sin más espacio que el que hace falta para hinchar el abdomen y respirar, hemos traído sobre nosotros mismos traumas y complejos sociales que nos entorpecen y destruyen la salud mental. El resentimiento como respuesta a la inequidad. El odio a los que son diferentes. El ventajismo para los que se parecen. La envidia por los que están por encima. La maldad es en sí una tara.
Las sociedades tribales que en algunos países se han mantenido intocadas por la civilización occidental, oriental o euro-céntrica suelen tener tasas de violencia ínfimas o nulas. También se caracterizan por ser los asentamientos humanos con la densidad demográfica más baja. Hay espacio para todos. Todos se conocen entre sí o por referencia. Por ende nadie pasa hambre. Si tienes un problema con alguien existen las redes sociales adecuadas y pertinentes para solucionar los conflictos y diferencias en paz. En las islas australes filipinas las culturas aborígenes ni siquiera tienen una palabra para denominar el crimen. No conocen el concepto. La maldad es en sí una tara.

Hace miles de años si vivías en un pequeño poblado y tu vecino tenía un hacha y tú no, se la pedirías cordialmente y él te enseñaría como construirla y haría una para ti. En nuestras maravillosas ciudades hay que pagar para aprender. La educación es un proceso ideológico de adoctrinamiento, adoctrinamiento en no pensar. El trabajo una forma de esclavitud, no del cuerpo sino de la mente, para que así no te des cuenta de lo que pasa a tu alrededor, para que no pienses demasiado. Entre todo eso cada quien a su vez se vuelve una isla. Ausente de la realidad. Ignorante de su propia ausencia. En ese proceso el yo se cree único. Centro del universo. Aquel que entra a ese universo se vuelve el “otro”. Estamos rodeados de otros que no importan, no cuentan. Eso está bien porque no los conozco. Si no son reconocidos no es que no existan. Es que son menos que el ego que se regodea en su propia ambición y autismo. Es en ese estado en el que surge la maldad. El otro ya no importa. Si no importa lo que se le haga al otro, tampoco. La maldad es en sí una tara, un defecto, un artefacto de defensa de la mente confundida por un ambiente antinatural, raro, extraño, ajeno a lo que por miles de años de evolución fue nuestra cuna, cama y tumba. A su alrededor ve enemigos y amenazas. Esta visión es potenciada por otros igual de confundidos y aterrados. El ciclo se alimenta a sí mismo y se intensifica en espirales de agresión y violencia. Surge el crimen, el vicio y el odio.
Una habitación llena de ciegos, todos con cuchillos por bastón y la habitación cada vez se hace más pequeña. La maldad es en sí una tara.

Escribo esto no con ánimos de desanimar a nadie. Es solo una reflexión respecto a donde estamos parados como sociedad en Venezuela.

Por cierto, el día de hoy me robaron el celular. A mis amigos, siéntanse libres de borrar el número pues pienso comprar línea nueva también. Los detalles no importan. La conducta puede variar topográficamente pero la respondiente y la estructura de contingencias detrás de ella siempre son las mismas. Lamentablemente como consecuencia, perdí todos los números de teléfono. Los cosechare con calma uno por uno más tarde. Eso es lo único que me produce una verdadera molestia. Lo demás es indignación en general por el estado de inseguridad del país, cosa que sentía igual cuando aun tenía celular. Esto solo ha confirmado cosas que ya sabía.

En cuanto al sujeto que ahora posee un pedazo de plástico inútil, viejo y descontinuado lamento decir que siento lástima por él. Primero le odie, luego le desee mal. Ahora solo siento lástima. Mi abuelo una vez me dijo que no se debe sentir lástima por la gente. Esto era para él una falta de respeto a la dignidad humana. Ese pensamiento se debe a que lo único que deseo para este individuo es una vida de culpabilidad, de comprender en profundidad las consecuencias de sus acciones. Luego pensé en lo que escribí al principio y me di cuenta que alguien capaz de tomar de otros algo que no le pertenece no sería capaz de llegar a la realización de algo siquiera similar a la responsabilidad. Luego sentí lastima por tal ser que en una simple acción se ha deshecho por completo de la poca dignidad que le quedaba y se ha convertido en merecedor de un estatus tan bajo, merecedor de lástima ajena, bajo e irrespetable. No es por casualidad que la estructura de la palabra sea idéntica al verbo lastimar.

La maldad es en sí una tara.

(P.S: Este escrito esta poco o nada relacionado con la pelicula peruana que aun no he visto. Sin embargo los temas tratados y los analisis son valederos tanto para ella como para las experiencias mas íntimas que se dan mientras se intenta sobrevivir a la realidad de la ciudad http://www.youtube.com/watch?hl=es&v=HoVMFp61fLU)